En estos días de confinamiento, a todos nos ha dado tiempo a pensar. Pensar en el pasado, en el presente y, sobre todo, en cómo será el futuro tras esta pandemia.
En este artículo no intentaré vaticinar cómo será el futuro que nos aguarda, ya que este tema está muy trillado en estos días.
En España, es algo que llevamos intrínseco todos los españoles (en mayor o menor medida), nos gusta ser expertos en cualquier asunto, sobre todo en 2 temáticas principales que ahora han pasado a ser 3. Primero fútbol (todos llevamos un seleccionador nacional dentro), segundo motor (primero motociclismo y, más tarde, F1) y, en tercer lugar, pandemias. Ahora todos somos expertos en pandemias y tenemos una opinión muy “relevante”, “formada” y, por supuesto “bien argumentada”. A mi también me gusta, como al que más, ser “experto” en fútbol o en motor (ámbito que desconozco profundamente a no ser que sea en esa añorada situación de estar delante de una cerveza con los amigos. En este caso lo conozco como si fuera un mecánico profesional). Pero el tercer tema me parece demasiado serio y preocupante para lo más importante que tenemos, la vida, y por ello prefiero no opinar ni intentar ejercer de oráculo al respecto.
Hasta aquí mi explicación de por qué no quiero hablar del futuro. Ahora voy a darle sentido al título de este post. Me gustaría hacer un viaje al pasado y hacer una analogía clara con algo que estoy viendo cada día en el presente, así que vamos allá.
Imagino que todo aquel que ha pasado por un aula, recuerda la sensación de estar sentado en clase, ver aparecer al profesor/a y dirigirse a su mesa, soltar sus cosas en la misma, mirar hacia la clase y, con sonrisa de medio lado (esto era casi inevitable) soltar la frase lapidaria: “Bien, guardad todo que hoy tenemos examen sorpresa”.
A todo el mundo presente nos recorría un escalofrío que bajaba, desde la nuca, por toda la espalda. Evidentemente había muchos tipos de estudiante en clase y, aunque la sensación inicial era la misma para todos, ello provocaba que las reacciones posteriores y la forma de afrontarlo no tuviera nada que ver. Por clasificarlos en 3 grandes grupos (aunque se podrían hacer muchos más) estaban:
1 .Los que eran aplicados y estudiaban todo al día.
2. Los que atendían, más o menos, en clase pero no daban un palo al agua en casa.
3. Los que ni eran aplicados, ni estudiaban, ni atendían.
Como es lógico, cada uno de los componentes de los 3 grupos anteriores afrontaba la situación de manera diferente con sensaciones muy dispares. Desde la satisfacción del trabajo bien hecho que se iba a reflejar en el resultado del examen, pasando por el que se encomendaba a todos los santos para intentar aprobar con lo que se le había quedado en la cabeza de las clases hasta el que se encontraba en la peor de las situaciones, no había hecho nada y, por tanto, no tenía manera de superar esa prueba. Dentro de este último grupo, a su vez, existían dos tipos de personas (una vez más grosso modo) los que tenían algún tipo de responsabilidad y a los que les daba todo igual. En este post, me interesan los primeros, los que no se habían preparado nada y se sentían tremendamente mal por no haberlo hecho y fracasar estrepitosamente en esa prueba.
Ahora que ya nos habremos identificado, probablemente, con alguno de los grupos (aunque sea con matices), viene la analogía, esta sensación es exactamente la misma que están teniendo casi todas las empresas con el problema de la pandemia y el confinamiento obligado al que nos hemos visto abocados. Este confinamiento ha supuesto un examen sorpresa de digitalización para casi todas las empresas.
Las hay que estaban preparadas y lo están afrontando de la mejor manera posible (dentro de las limitaciones de no poder utilizar el mundo físico), las hay que han hecho algunos avances digitales (que distan de la transformación digital obligatoria que existe a día de hoy para cualquiera) y las hay que no tienen nada hecho y esta crisis las ha pillado con el pie cambiado.
En mi opinión, esto supone un aviso claro para todas aquellas empresas que no se vean, desgraciadamente, en la obligación de cesar su actividad. Es hora de aprender de lo vivido y poner en marcha soluciones para los problemas con los que nos hemos encontrado en esta situación a nivel de operatividad digital.
En estos días, más que nunca, es necesario tener un pensamiento positivo que nos ayude a sobrellevar la situación. También en las empresas. Todos tenemos que ser conscientes de que una situación así (que no se había vivido nunca) puede volver a repetirse y, por eso mismo, tenemos que demostrar que hemos aprendido algo y que estamos dispuestos a solucionar los problemas que hemos tenido.
Aunque parece algo obvio, si tenemos la desgracia de que se vuelva a repetir, estoy seguro de que podré volver a escribir otro post haciendo otra analogía y tendré que elegir entre: “Los 3 cerditos” o “La Hormiga y la Cigarra”.
Seamos positivos, seamos proactivos, aprendamos, solucionemos, y, si es necesario, reinventémonos pero, sobre todo, salgamos de esto con muchas más ganas de vivir, de hacer las cosas bien y de mejorar cada día, ése, y no otro, es el camino para tener una vida (y una empresa) productiva.